En
verano flaquean las noticias y hay que cubrir los minutos reservados a los
informativos como sea. Ofrecer secuencias de la vida, profundizar en ellas y
tratar de encontrar las claves de por qué se producen del modo en que lo hacen
parece que no es noticia. Que un perro ha mordido a una persona no es noticia.
Que una persona ha mordido a un perro sí. Situaciones tan normales como que en
verano hace calor se convierten en noticia estrella. O que una granizada inunde
las calles de una localidad. Hay que encontrar las chispa que supone el récor desde sabe dios los años.
No sé dónde está la gracia de que en verano hace calor o en invierno frío, pero
si lo adornas con gráficos comparativos, lo explicas con entonaciones de alarma
y lo decoras con entrevistas a vecinos que
no tienen inconveniente por un minuto de gloria en exagerar lo que han
visto o recordar lo que sucedía cuando eran pequeños ya podemos rellenar los
minutos.
Los
ahogamientos suele ser un material recurrente por la enorme cantidad de personas
que en verano pasan horas y horas cerca del agua como ha terminado por ser
costumbre imprescindible. O las dichosas piscinas familiares en las que suelen
encontrarse cuerpos de pequeños flotando y que a todos hay que encontrarles un
punto inexplicable para captar la atención del espectador. O los descuidos de
familias que se reúnen para cualquier celebración y que en un momento
determinado, como ha pasado hace unos días en un pueblo de Málaga, una niña de tres años se aleja bien para huir
del ruido, bien para saber qué hay detrás de lo que tiene delante de sus ojos o
sabe dios por qué razón, lo cierto es que empieza a andar por la vía del tren
sin que nadie se diera cuenta, los periódicos dicen que hasta unos minutos,
pasados los cuales empezó la infructuosa búsqueda.
Llegó
a alejarse hasta cuatro kilómetros y cuando se sintió agotada, sencillamente se
echó en el suelo y se quedó completamente dormida en plena vía. El primer tren
de la mañana le pasó por encima y todo podría haber terminado ahí, pero parece
que la pequeña, al despertar con el ruido levantó la cabeza y recibió un fuerte
golpe con los bajos del tren que la dejó en el sitio. Mientras tanto su familia
y los vecinos buscándola por todos los sitios posibles y barruntando todo tipo
de peligros, todos posibles por supuesto, pero que al final no condujeron a su
localización. Y cuando la contundencia de la evidencia les ha ofrecido una
bofetada de realidad con una secuencia tan cruel pero tan sencilla, parece
imposible tragársela en toda su crudeza y lo último que queda como incógnita es
que cómo una niña de tres años ha podido en plena noche andar hasta cuatro
kilómetros y quedarse dormida tan tranquila, una vez que se vio agotada y que
no localizaba a los suyos, que es lo que estaría buscando con creciente
desesperación.
El
entierro era digno de ver. Los ramos de flores blancas hacían cola. Parece como
si los allegados necesitaran justificar su afecto ante un hecho que nos ha
dejado a todos en evidencia. Después del
conejo ido, palos a la madriguera. Comprendo que no es políticamente
correcto pero aparte del sentimiento y del silencio dolorido no creo que haya
nada más explícito para manifestar el dolor y la impotencia ante un hecho que,
como casi todos los dramas de la vida cotidiana, pudo ser evitado si todo
hubiera sido de otra manera pero que no lo fue y que en ese caso sólo queda
llorar la pérdida inocente y, si fuera posible, aprender para que en otra
ocasión nos demos cuenta de que los pequeños hay cosas que no controlan pero
que tienen más capacidad de lo que pensamos para tomar iniciativas por su
cuenta, capaces de poner en riesgo sus vidas y perderlas buscando a sus
familias.