Hay
muchos lenguajes y todos pueden hacernos decir verdad o por el contrario nos
pueden llevar a engaño. Bueno, todos no. Hay un lenguaje que por más que quiera
nos define irremediablemente y es el lenguaje
de los hechos. Al final es el único que nos define de manera
determinante porque por encima de las
ideas, de las intenciones, de las miles de posibilidades que el devenir de la
vida nos ofrece en cada momento nos definimos por hacer una sola cosa y esa es
como nuestra seña de identidad, como nuestra firma en el documento de la
realidad, nuestra huella, nuestra definición como personas, nuestro dibujo
final. Si alguien quiere saber quiénes somos de verdad tendrá que dejarse de
zarandajas y bucear en nuestros hechos porque es allí donde estamos reflejados
con fidelidad.
Cuando
echo mano a mi infancia, la fuente más fidedigna de lo que somos aunque
desgraciadamente podamos recordar tan
poco, me veo inmerso en el devenir de
cada día y la calle era mi principal escuela porque allí hacíamos la mayor
parte de nuestra vida entonces. Las peleas entre los niños eran una actividad
cotidiana, unas veces en broma, la mayoría, y otras, las menos, en serio. No se
me daban mal las primeras partes de las luchas y recuerdo tener a mis contrincantes en el suelo a mi
disposición con cierta frecuencia. Pero una vez allí no sabía qué hacer con
ellos. Nunca he sido capaz de materializar la idea de dar un puñetazo o un
cabezazo a alguien así en frío. En medio de la refriega sí podíamos
intercambiarnos golpes a son y sintrón sin
ningún problema pero una vez que tenía al contrincante a mi disposición, yo mismo me daba por ganador y dejaba la
pelea. Lo malo es que el otro muchas veces no estaba por la labor, se reponía y
entonces era yo el tenía que soportar su revancha y salir trasquilado del
conflicto.
Muchos
años después, la tele llegó a mi vida a mis quince años, he visto en los
programas de naturaleza cómo los animales fuertes sólo matan para comer cuando
lo necesitan y las luchas de poder las resuelven casi siempre con exhibiciones
de fuerza o con manifestaciones de superioridad sin que la crueldad esté
presente en el conflicto pero en esas situaciones se ve que el vencedor y el
vencido hablan el mismo lenguaje y tanto uno como otro aceptan el resultado sin
necesidad de llegar hasta las últimas consecuencias, Ese no solía ser mi caso,
aunque algunas veces sí lo era. La mayoría terminaba con el rabo entre las
piernas porque la crueldad es algo que nunca ha entrado en mi cabeza en un
conflicto abierto. También he conocido desgraciadamente que para hacer daño no
hace falta ser valiente sino ser capaz, en un momento determinado, de
aprovechar tu ventaja y dar el golpe decisivo sin pensar en el daño que haces
sino garantizando tu ventaja.
El
otro día conocí que el señor Trump ordenó explosionar la llamada MADRE DE TODAS
BOMBAS, en la cabeza de los terroristas de ISIS poniéndonos a todos en riesgo
por las posibles respuestas indiscriminadas de los terroristas y porque el
mundo entero se ha enterado que ya no queda más que un paso para llegar a la
amenaza nuclear con la que ahora se encuentra tonteando ante las bravuconadas
de Corea del Norte. Y a todo esto, él no hace otra cosa que ordenar mientras se
encuentra perfectamente a salvo con todas las medidas de seguridad a su
alrededor mientras cada uno de nosotros nos vamos convirtiendo por mor de sus
decisiones, en personas cada día más frágiles, más vulnerables ante el aumento
exponencial de los peligros que nos acechan por las decisiones de una persona
que nos quiere convencer que todo es para proteger nuestra seguridad. Sus
palabras pueden asustarnos pero el verdadero peligro está en sus hechos.
El míster Trump y sus tropelías locas poca o ninguna relación guarda contigo, por suerte para ti.
ResponderEliminarSigue tal como eres, buena persona, 'buena gente', en el argot actual, como yo he tenido la ocasión de conocerte.!!
Un abrazo
Estoy de acuerdo contigo y te ddiría lo mismo a tí, que también he paseado contigo. Pero es que uno no es de piedra y me gustaría ver a este muchachito si se tuviera que ver, él personalmente, frente a las consecuencias de sus actos. Un beso, amiga
EliminarCuando se da alguna agresión entre mis alumnos, me pongo a hablar con agresor y agredido, para llevarlos a un terreno de entendimiento, que suele acabar con un abrazo.
ResponderEliminarNo creo que castigar al agresor sirva para nada más que aumentar sus ganas de agredir; mientras que hablar con él puede ayudarle a ponerse en lugar del otro, trabajando la empatía.
Pero lo que mejor me ha funcionado ha sido cuando le he pedido que me explique lo que siente al agredir: ninguno se siente satisfecho de sí mismo y sí mucho peor que antes de la agresión. Así, ser consciente de que dejarse llevar por la ira va a hacerle sentirse peor, se convierte en el mejor bálsamo para el grupo.
Constato que me respondes en lenguaje de maestro, de buen maestro. Creo que por donde dices es por donde deben ir las alternativas. Pero mi desesperación está en qué le decimos a este señor que es capaz en nombre de muchos apretar un botón y hacernos saltar en pedazos. Yo lo montaba en la bomba y que se hiciera el héroe con su propio cuerpo, no con el de los demás. Un abrazo
EliminarBien planteado...
ResponderEliminar1812 es una gran pieza !
Saludos
Te entiendo en tus escritos
ResponderEliminary me gusta como escribes sobre un pasado que no volverá ...
El pasado me pone triste porque lo tengo más Ell momento solo importa para estar mas contento haciendo lo que te gusta .Solo por hoy trataré de estar feliz
un abrazo enorme