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domingo, 25 de diciembre de 2011

CARRITO

La vida va ofreciendo elementos nuevos, no necesariamente mejores, que facilitan la vida a las personas encargadas de la crianza de los pequeños. Ahora aparece como moderno ese trozo de tela que permite, como permitió durante siglos, llevar a los niños pegados al cuerpo y realizar las obligaciones de cada uno con el niño a cuestas. Me parece la mejor manera de desplazarse con el mejor permitiendo ese contacto corporal y ese trasvase de calor y de ritmo de vida completamente incorporado al de la persona que lo lleva. Prefiero que los niños miren al adulto para que no se sientan sólos, si bien es cierto que el espacio exterior es un poco más difícil de ver y hay que torcer la cabeza. Mi última hija, Elvira, que ahora tiene once años la llevé colgada durante el primer año hasta que dio sus primeros pasos y recuerdo que me empeñé, porque era factible, en que se durmiera mientras paseábamos por la orilla del mar, con el ruido de las olas, que me parecía una señal de identidad para ella, que había nacido en un pueblo de playa.


Ya sé que el vahículo más frecuentado sigue siendo el carrito de cuatro ruedas que el adulto desplaza a su gusto y a su ritmo y con el que puede ir de un lugar a otro sin que el menor tenga otra referencia de su desplazamiento. La percepción es más bien la de una cama en movimiento, pero poco más. Normalmente, eso sí, se orienta la postura del menor, de manera que si se despierta en un momento pueda ver al adulto que lo lleva, lo que estoy seguro de que para él significa un consuelo importante. Se mantiene el nexo de unicón del menor y el adulto, aunque sólo sea con la mirada, que no es un nexo muy fuerte y puede que hasta con la voz. Algunos adultos logran en muchas ocasiones mantener un cierto diálogo con los pequeños que significa también un elemento de relajación. La mayoría de las veces, este diálogo se produce cuando los pequeños protestan, probablemente cansados de una postura concreta, o con hambra o alguna otra incomodidad que necesitan transmitir.


Pero el carrito va apoderándose del tiempo y ya no sólo sirve para los primeros meses de vida, sino para los primeros años. Muchas veces hasta de tres y cuatro años se ven pequeños en carritos, que más bien parecen inquilinos albergados en una pequeña pensión rodante que con fuertes nexos de conexión con las personas que los llevan. Muchos de esos carros están orientados para que los niños miren hacia adelante, lo que significa que casi no existe contacto entre los menores y las personas que los llevan. Si había alguna posibilidad, las capotas para cubrirlos del sol, del frío o de la lluvia se encargan de imposibilitar cualquier forma de acceso entre quien lo lleva y el llevado.


Comprendo que es muy desesperante acoplarse al ritmo de los niños en los primeros años de su vida: primero porque es desesperantemente lento por puro tamaño de las piernas. Segundo porque el menor anda por la calle y todo para él es un motivo de curiosidad, se tiene que acercar a cualquier forma, tocarlo todo, arrancar cualquier papel, tocar cualquier textura, pararse en cualquier forma nueva, cualquier nuevo color…. Hay un mundo de diferencvias entre que te lleven a donde quieran dentro de un carrito, a que tú puedas ir experimentando las cosas de la vida en sus colorers, en sus formas y a tu ritmo, en función de tu curiosidad, pero creo que no hace mucha falta insistir en que no hay color sobre la diferencia de calidades entre una y otra forma.

domingo, 18 de diciembre de 2011

PRISA

Parece una tendencia general que los mayores responsables de un recien nacido quieren comerse el tiempo para que pase más de prisa. Le dirigen la mirada y sugieren lo que están viendo cuando ven hacia los dos meses, le responsabilizan de gestos tan específicos como la sonrisa cuando de lo que se trata es de movimientos musculares sin ninguna intención que se parecen a ella, le asocian sonidos determinados como si fueran capaces de ofrecer algo más que esfuerzos guturales que a los ojos adultos cercanos indican el consabido “ajó” de tan amplia repercusión en la familia, la intencionalidad de las carcajadas cuando se trata sólo de repeticiones nerviosas, ciertamente imitadoras de algunos reclamos adultos, pero completamente ajenas al significado social de la carcajada. Y así con toda una serie de adquisiciones que se hacen verdad mucho más en la interpretación de los adultos que en las capacidades reales de los niños.


Hemos mencionado las primeras adquisiciones. Podríamos seguir con la marcha, el lenguaje… logros todos mucho más reales en la mente adulta que en el conocimiento infantil. A pesar de lo que parezca, no estoy en contra de este entusiasmo familiar, porque en cierta medida hace que los progresos aparezcan de verdad o se consoliden llamados por el entusiasmo, lo que no es desdeñable de ninguna manera. Sólo llamo la atención para que no explotemos demasiado una vía que tiene interés emotivo, pero que en todos los casos debe ser refrendada por la realidad objetiva, que normalmente aparece siempre después de que los adultos hayan cantado victoria.


Al mismo tiempo conviene no perder en ningún momento el sentido de realidad. El dejarnos llevar por el entusiasmo fundados en apariencias mucho más subjetivas que reales sobre determinados logros también puede significar que los niños se encuentren sometidos a situaciones de estrés desde demasiado pronto y eso perjudique la lenta consolidación de los aprendizajes y la paz imprescindible para que estos se asienten y se fijen en el cerebro de los pequeños. Es muy posible que un niño no pueda asumir e interiorizar un conjunto demasiado elevado de información que le puede llegar de la mano de nuestra angustia y de nuestra impaciencia porque aprenda o porque sea el primero cuando lo deseable y lo eficaz puede ser dejarlo en paz que vaya asimilando lo que le ofrece la realidad y su inquieto cerebro encaje en el lugar adecuado cada uno de los logros a los que tenga acceso.


Creo que este mal de la prisa está presente desde el principio de la vida pero hay momentos en los qe aparece especialmente: inicio del habla, los primeros pasos, la adquisición de conocimientos, aprendizaje de la lectura… en realidad cualquier dominio de los que están considerados como sociales y que se pueden objetivar en comparación con otros niños cercanos, vecinos, parientes…. Muchas veces somos capaces hasta de malograr conocimientos adquiridos sólo por nuestra proyección competitiva en la que incluso los niños no tienen nada que ver. Conviene, por tanto, que nos demos cuenta de que en el desarrollo, lo que importa es el protagonista y no los que le rodeamos, y su propio ritmo, que no es ni mejor ni peor que el de su vecino, sino que es el suyo propio, el más adecuado para que los conocimientos que adquiera se consoliden y sean asumidos por él. Decir aquí que “no por mucho madrugar amanece más temprano” puede parecer una obviedad pero me parece que es exactamente la lección que debemos aprender los que vivimos cerca de los menores para afrontar nuestro papel en su desarrollo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

ACIERTOS

Probablemente en el origen de la mayor parte de los cuidados que procuramos a los pequeños está la idea de hacer lo que hace falta hacer, lo mejor posible, en no equivocarnos en nada o en lo menos que podamos y conseguir que los pequeños crezcan en las mejores condiciones que seamos capaces de aportarles. Y, como puede suponerse, parece una intención loable, meritoria y digna de que su cumplimiento tenga la misma pureza que su nacimiento en nuestro interior, dando rienda suelta a nuestras mejores intenciones. Nada que discutir por tanto en su origen ni en su desarrollo. Sí, quizás, algo que discutir en sus consecuencias porque no siempre lo que pensamos y lo que planeamos con una idea, termina con las consecuencias que pretendimos en el comienzo.


Ese impecable afán de acertar en todo lo que se refiere a nuestras atenciones a los pequeños puede decir mucho en nuestro favor en cuanto a las motivaciones que impulsan nuestro trabajo, pero no necesariamente en sus consecuencias. El hecho de que todo lo que los niños reciban de nosotros sea impecable, claro, determinante y sin errores, significa que ellos van a ir asumiendo que en la vida todo es así y que no habrá nada que les produzca frustraciones ni resultados desagradables o con los que ellos puedan sentirse contrariados. Por un lado es encomiable el intento por nuestra parte en el sentido de que procuramos por todos los medios a nuestro alcance que los menores dispongan de un estado de bienestar tan alto como nuestras posibilidades nos lo permitan, pero no siempre eso es lo mejor, sin pretender devaluar nuestros encomiables intentos.


Quizá olvidamos lo importante que es en la vida ser capaces de salir adelante cuando aparecen las dificultades. Que un menor tenga una vida satisfactoria y se desenvuelva gratamente cuando no hay nada o casi nada que le suponga contrariedad, eso parece bastante fácil. Resulta mucho más complicado entender la fuerza que necesita sacar de sí mismo cualquier persona para sobreponerse a alguna frustración o cuando algo no le sale como él desea. Y, probablemente aquí es donde radica lo meritorio del desarrollo, en ser capaces de gozar los momentos en que todo parece salir a pedir de boca y afrontar con fuerza los momentos frustrantes para sobreponerse a ellos y mantener las ganas de aprender.


Claro que con lo que va dicho quizá cabe una primera conclusión y es la de promover en los pequeños las frustraciones para hacerlos fuertes en la vida y que aprendan a sobrevivir superando todas las dificultades que puedan. No falta en la historia quien así lo ha entendido y lo ha llevado a la práctica. Probablemente tampoco es eso. Ya tiene la vida dificultades suficientes como para que necesitemos producir más de manera artificial. Quizá la reflexión tiene sentido para llamarnos un poco a la tranquilidad y a permitir que la vida se produzca por sí misma con lo que tiene de bueno y con lo que tiene de malo para que las personas vayamos conociendo el calor y el frío, la luz y la oscuridad, el mar y la montaña…. Este conjunto amplio de vivencias de índole diversa hacen que tengamos que responder a dificultades variadas y con ello nuestra capacidad de respuesta se vaya ampliando y fortaleciendo. Eso es lo que significaría una educación adecuada: no la que se basa sólo en los aciertos o en la capacidad de respuesta sólo a ellos, sino en las posibilidades de reacción ante vivencias imprevistas o directamente desagradables, que precisan de una reacción nuestra ante la adversidad.

domingo, 4 de diciembre de 2011

ESTIMULACIÓN

En algún otro lugar de esta serie hemos hablado del drama de la falta de estímulo a los menores y de cómo eso sí que se puede considerar la verdadera muerte aunque el cuerpo se encuentre con vida. Se han vivido y se viven a diario experiencias que avalan esta terrible afirmación. También hemos puesto de manifiesto la situación de los refugiados que huyen de Somalia y de cómo las madres han de vivir la experiencia de abandonar a alguno der sus hijos en el camino para que muera con la idea de intentar que se salven el resto. Hay cosas que no nos gusta oir, ni ver, ni conocer siquiera, pero eso no quita que estén pasando hoy mismo y que estén, por tanto, de palpitante actualidad, a veces al lado nuestro y desde luego a unos cientos o miles de kilómetros de nosotros.


Pero del mismo modo que ponemos el ejemplo de la falta de motivación como una especie de muerte en vida, podemos poner la sobreestimulación como un mal del primer mundo, ese en que parece que cada nuevo nacimiento es una especie de mirlo blanco al que no puede faltarle para su desarrollo ni el más mínimo detalle, del que todos los miembros de la familia han de estar completamente arrebatados porque se trata de un tesoro que ha llegado a la casa y que todo se lo merece por su bella cara. Necesita todos los cuidados del mundo y hay que ofrecérselos para evitar todo lo que pueda oler a frustración o al peligro que ocasionarle el más mínimo trauma de consecuencias incalculables para el futuro. El rey de la casa ha de sentirse entre algodones y con todos los miembros a su servicio porque ha venido a sembrar la falicidad a manos llenas y nos ha colmado a todos con su presencia.


Lo terrible del caso es que tanto el primero como el segundo pueden haber nacido el mismo día y pertenecer a la misma época y puede que hasta a la misma cultura. Apurando un poco podrían ser hasta vecinos. Desde luego completamente vecinos si tomamos como casa de todos este pedrusco del universo inconmensurable que hemos dado en llamar Tierra.


Mas de una vez hablo con mi hija cuando la veo con el esmero que cuida a su perra y con todos los respetos para el animal, y le digo que por qué no adopta a un niño, que srguramente podría sobrevivir con lo que ella se gasta en el cuidado de su animal. Pero es que estamos en una época en e que las casas se están quedando vacías de niños y se están llenando de mascotas. Todo el respeto, insisto, para cualquier mascota. No tengo nada, absolutamente nada contra ellas y me merecen toda la consideración del mundo, pero es verdad que estamos optando más o menos conscientemente y no es precisamente por la supervivencia de la especie. Preferimos tener esclavos con una cuerda al cuello que vérnoslas con personas como nosotros que exigen nuestros cuidados, que pueden hablar como nosotros y que nos pueden pedir cuentas de lo que hacemos con nosotros mismos y con ellos. Hasta aquí hemos sido capaces de llegar hasta el momento. Pero la vida sigue y el futuro no está escrito. Lo mismo podemos mejorar que avanzar en las aberraciones porque para una opción como para otra, el campo está completamente libre y abierto, pendiente en ambos casos de nuestras opciones.

domingo, 27 de noviembre de 2011

HORIZONTE

En educación los esfuerzos, las influencias, las determinaciones, el resultado de las preocupaciones cotidianas, muchas veces es desesperante porque no es posible verlo a corto plazo. Hay que tener un criterio interior y una seguridad en ese criterio porque los resultados de su aplicación no se van a ver la mayor parte de las veces, hasta dentro de bastantes años. Para orientar la acción educativa no va a ser suficiente el comprobar la influencia de las normas exigidas al menor. Es verdad que hay determinados efectos que sí se pueden ver a corto plazo cuando son normas finalistas: límpiate esto o ponte bien aquello o cosas similares, pero los aportes más profundos, que suelen ser los más valiosos, esos quedan en el interior, tanto nuestro como en el menor, y será mucho tiempo después cuando podamos decir. Ah, esto viene de aquella actitud que promoví.


A veces, ni siquiera somos capaces de relacionar lo que fue la influencia inicial en forma de norma o de costumbre con el resultado que, pasados los años se ve en quien recibió las indicaciones. Porque lo que más importa no es el conjunto de normas que ofrecemos e imponemos a los menores. De todas esas unas son más útiles que otras pero en general, todas adolecen de profundidad y están muy condicionadas por el tiempo que vivimos y las modas que se usan al respecto. Son cambiantes casi siempre y no suele ser muy profunda su influencia. No es raro que, pasados los años, los efectos se vean como amarillentos y acticuados.


Lo que nosotros aportamos a los menores no es lo que sabemos, que es lo que nos parece al principio, sino lo que somos, que muchas veces ni siquiera lo pretendemos o no somos conscientes de que es eso, pero pasado el tiempo, es lo que más claramente podemos reconocer en las personas que estuvieron bajo nuestro cuidado. Por eso me parece importante que hablemos de educación y que profundicemos en el interior de nosotros mismos y no veamos sólo un conjunto normativo que tenemos que transmitir. No digo que no tenga importancia ese conjunto de normas que necesariamente transmitimos. Tiene el valor de la creación y afianzamiento de unos hábitos que a los menores les van a servir para manejarse en la vida. Pero siempre van a estar subordinados a las grandes influencias y esas van a ser de quiénes y de cómo eran las personas cercanas.


Se puede dar el caso con facilidad que personas desarrolladas toscamente en cuanto a hábitos, las encontremos verdaderamente buenas personas, sencillamente porque sus mayores cercanos no eran demasiado refinados, pero sí gente de buenos sentimientos. Y exactamente igual al contrario. Ese es el profundo nivel de influencia, que es el más difícil de manejar, pero que a la postre resulta ser el de má valioso. El ámibito de las normas es importante sin duda, pero no se puede cmparar con ese otro ámbito que se refiere al modo de ser profundo del menor, que va a aflorar según la “leche que mamó”. Las grandes influencia no tienen por qué haberse transmitido ni siquiera con palabras, que también puede haberlas. Lo más normal es que se hayan transmitido a través de comportamientos y formas de reaccionar que los menores han interiorizado porque lo han visto en sus adultos fundamentales. Un refrán chabacano dice “haced lo que yo os diga, pero no hagais lo que yo haga”. Los pequeños no harán eso, sino que lo que hagamos sus adultos serán su principal influencia, aunque después digamos misa.

domingo, 20 de noviembre de 2011

AUTONOMÍA

En el crecimiento de los niños es indispensable la aportación de los adultos. No es posible pensar que un niño crezca por sus propios medios. Una vez dicho esto y sabiendo que es verdad de manera permanente, también hay que contar con que la aportación de los adultos puede ser dew muchos modos. Desde la que es capaz der anuilar la iniciartiva de los menores porque ante cada necesidad tienen una respuesta a la mano, hasta aquella que lee lo que el menor va necesitando en cada momento y se coloca cerca del menor para ver hasta qué punto es capaz< de ir resolviendo sus necesidades y completa aquello que al menor le falta en cada siutuación concreta.



Desde estas dos situaciones límites, cabes multitud de manewras intermedias, probablemente una por cada persona y por cada menor. De ahí que no podamos nunca sentirnos satisfechos en educación porque, por bien que lo hyamos hecho, será difícil que no hubiéramos podido hacer mejor. Creo que hay que buscar la manera de que la persona que esztá creciendo, sea lo más artífice posible en la resolución de los problemas y las dificultades que su crecimiento le plantea y nos plantea a los adultos que vivimos a su alrededor. La defensa de la autonomía de los niños significa que cada uno debe, siempre que pueda, ser el protagonista de su vida y debe resolver en la medida que pueda los retos que la vida le va planteando en cada momento.


Sé que hablar de esto y decir lo que digo es relativamente fácil, pero llevarlo a la práctica en los miles de momentos distintos que la vida ofrece, es algo bastante más complejo. Las situaciones son muy diversas. Nosotros los adultos tenemos una condiciones concretas, según las cuales los esfuerzos para responder adecuadamente a lo que se espera de nosotros a veces son sencillamente imposibles. Eso puede crearnos sensaciones de culpa que nos vayan minando la moral y que lleguen a convencernos de que no somos capaces de estar a la altura de lo que los menores necesitan. Podemos, en momentos concretos, hasta tirar la toalla y desistir de esforzarnos.


Y es que la educación es, sobre todo, una carrera de fondo, de mucho fondo diría yo. De un fondo superior a los veinte años. A lo largo de ese tiempo vamos a vivir miles d4e situaciones que nos van a llevar a las más altas cotas de gozo y a los abismos más profundos de la desesperación y la impotencia. Seguramente no van a ser los momentos más significativos ni los picos más altos de placer ni los momentos de desesperación más profunda. La vida es tan sabia que todos esos momentos van a quedar modulados por un conjunto de comportamientos mucho más cotidianos y mucho más numerosos que ni nos hacen gozar ni sufrir tanto. Es como si el comportamiento nuestro para con los niños nos hiciera sacar una nota media, que es con la que los niños se van a quedar. Importa, de todas formas, que tengamos conciencia de que nuestra misión no es protagonista. El protagonista es la persona que está creciendo y nuestra labor ha de ser de acompañamiento, de garantía, de solvencia en un momento determinado, pero siempre pensando que es el menor el que tiene que ir escalando los peldaños que la vida le ofrece y nuestra mano debe andar cerca de él porque en cualquier momento va a necesitar nuestro apoyo y ojalá que en ese momento no le falte.

domingo, 13 de noviembre de 2011

CHUPARSE EL DEDO

Sería inútil ponerse a explicar por qué y cómo un bebé empieza a chuparse el dedo. El axioma dice que ante un hecho no caben argumentos. Seguramente es así. Hay niños que se chupan el dedo. Quizá también se puede decir con toda la humildad que precisa un hecho tan complejo, que el dedo tiene un componente de placer y de seguridad. Pero esto no es decir mucho, a lo sumo mirar despacio qué pasa cuando alguien se está chupando el dedo y atreverse a leer lo que se ve. Ni que decir tiene que ni es bueno ni malo. Sólo es y ya es suficiente porque, tarde o temprano, hay que lograr que deje de serlo porque serlo es anclarse, mirar hacia dentro y quedarse plantado cuando la vida es progreso, crecer, modificar comportamientos y conquistar el mundo y sus posibilidades.


Sé que no invento nada si recuerdo: ¿Es que crees que me chupo el dedo?. ¡Chúpate esa!. ¿Crees que soy tonto? ¡Méteme un dedo en la boca!.
Seguramente tiene relación con la comida, con su recuerdo, con la ausencia de chupete en ese momento. Pero lo que importa es que chuparse el dedo es una actividad placentera y que proporciona seguridad. También que en los primeros años de la vida es más o menos frecuente y no suele tener demasiada trascendencia. Normalmente va desapareciendo y llega a extinguirse de la misma manera que llegó: poco a poco y sin que nadie tenga que intervenir. Esto es lo suyo y hasta aquí no debería plantearse ningún problema ni nadie tendría por qué mencionar el asunto. Pero hay personas que siguen creciendo, superan, por ejemplo los cinco años y mantienen este hábito. Incluso se fijan a él y entablan una especie de pugna o guerra con algún familiar cercano, padre o madre casi siempre, el menor por mantenerlo y el mayor porque lo deje.


Una maestra me contaba que su hija de ocho años, que mantenía ese hábito contra la intención de toda la familia le decía con frecuencia: Mamá, ¿tú me quieres?, ¿de verdad que me quieres?...Cuando ya se llega a estos niveles, estamos hablando de mucho más que de un problema de hábitos más o menos discutibles. A estos lugares es a los que no habría que llegar en ningún caso. Por una parte la familia debería aprender a ser flexible con los hábitos de los pequeños y permitir que dispongan de espacio y de tiempo para superar sus procesos de crecimiento porque no está establecido que a determinadas edades las cosas tengan que ser de una manera concreta y no de otra. Por otra parte los elementos placenteros y de seguridad les debieran llegar a los pequeños por muchos lugares diferentes y de fuentes distintas para que no sean ellos los únicos que tengan que encontrar por sus propios medios los placeres y las seguridades que necesitan.


Cada uno de los aspectos que comentamos son fuentes de amarre de unos determinados hábitos. Si sólo hay una fuente, el amarre es muy potente, si disponemos de más fuentes de provisión de placer y de seguridad será menos problemático prescindir de una de ellas en un momento determinado porque podemos encontrar recambio a poco que nos esforcemos pero si sólo disponemos de una, sólo de pensar que nos desaparezca nos va la vida en ello o nos arriesgamos a prescindir de algo muy importante en nuestra vida y para lo que no vemos sustituto alguno. El dedo, por tanto, es mucho más que el dedo y debemos encontrar fórmulas de superarlo, no de lucha contra él, que se nos van a volver en contra en casi siempre.

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL CHUPETE

Probablemente se trata del fetiche más conocido y más aceptado. Por su forma y su función no parece arriesgado decir que funciona como un sustituto del pezón materno, por lo que es posible que su funcionalidad no sea otra que la de permitir a la madre manejarse sola, a sabiendas de que su hijo está, no exactamente con su pezón en la boca en todo momento, pero sí con un sucedáneo que se lo recuerda y sustituye. Es más, alrededor del chupete y de su valor sustitutivo del pezón de la madre se ha montado una floreciente industria que nos permite disponer de una amplia variedad de formas y texturas para ofrecer al menor que lo mantengan en la ilusión de la teta.


Seguramente que, si en los primeros momentos de vida no se le ofreciera al recién nacido nuingún chupe, la mayoría de los pequeños no lo necesitarían, pero aprovechando sus deseo de chupar se le ofrece un objeto con el que puede hacerlo y en muchas ocasiones termina enganchado y encontrando un cierto consuelo en ello porque, aunque como sustituto, le conecta con uno de los instintos mas universales: el de succión. A partir dew ahí, tanto los menores como sus cuidadores satisfacen una parte de sus deseos con la utilización del chupe, si bien para todos no deja de ser un sustituto de lo que verdaderamente se quiere.


En la mayor parte de los casos, este sucedáneo funciona un tiempo, uno o dos años normalmente, pasados los cuales, los cuidadores terminan por encontrar una forma de que el pequeño prescinda de este objeto y todo quede ahí. Otras veces, menos, es el propio menor el que deja de tener interésa por el objeto y cambia de interés sin más problema. El problema viene cuando, por miles de razones de muy variadas, las cosas no suceden así y los pequeños no terminan su deseo de chupe en un tiempo que los adultos consideran normal.Tampoco son pocos los conflictos por esta causa. Suele entablarse entonces una lucha de la que nadie sale beneficiado cuando lo que habría que hacer es ser flexibles y entender que si los niños no dejan el chupe cuando nosotros creemos que deben hacerlo existen causas para ello.


Y es que en educación, como supongo que en cualquier otro orden de la vida, es muy fácil crear un problema, el chupe no deja de serlo, pero puede que la solución no sea tan fácil como se espera. Y sobre todo que la salida de las cosas nunca tiene sus pasos contados ni se produce de forma matemática. Son muchos los factores que influyen en el desarrollo y cualquiera de ellos se puede atravesar en el camino y crear dificultades que en principio no era posible prever. De cualquiere modo, quede claro que lo peor siempre es plantear conflicto con los menores por una cosa como el chupete. Imponer supresiones a la fuerza no hacen más que enquistar el problema y alargarlo en el tiempo y darle una importancia que no tenía. Tenemos que aprender a pactar con los niños, a negociar, a darnos cuenta de que son personas y capaces, por tanto, de entender algunas limitaciones, siempre que ser sientan tratados con la dignidad que merecen.
El chupete pueder ser válido, pero siempre que sepamos que las soluciones que nos puede plantear necesitan de nuestra sabiduría y flexibilidad de criterio porque los niños no son fórmulas matemáticas, sino personas con sus propias inclinaciones y con su capacidad de crearse hábitos que luegho pueden tener sus dificultades para modificarlos.

domingo, 30 de octubre de 2011

FETICHE

Han pasado por lo menos treinta años, pero no se me olvida la estampa de Macarena arrastrando una combinación de su madre todo el día pegada a la nariz. O las rabietas de Katy cada vez que su madre le lavaba su cojín de permanente compañía porque perdía el olor que a ella le gustaba o la impaciencia de la madre de mi hija pequeña porque soltara de una vez la gasita que tenía que llevar entre la boca y a rastras hasta que, aprovechando una ausencia mía logró que la niña la tirara a la basura a los tres años con la consiguiente trifulca cuando me enteré del suceso por boca de la niña por dejar a la madre en mal lugar.


Pueden ser ejemplos quizá un poco vistosos, llamativos, quizá excesivos, pero en absoluto raros. A lo largo de los años he conocido cientos de situaciones similares a las que cuento con muñecos, trozos de tela, bordes de cobertores… En realidad no son más que elementos que disponen para los menores de algún tipo de cualidad que lesd ofrece compensaciones en algún sentido en el que ellos se consideran sensibles o faltos y que, a través de su contacto se sienten gratificados o seguros y compensados. Sobre todo me interesa subrayar la función de compensación. Los adultos solemos interpretar con frecuencia estas manías con criterios nuestros y con menos frecuencia asumimos el respeto debido a unas personas que buscan solucionar sus propios conflictos internos asumiendo soluciones a su alcance.


Conflictos der esdta índole se dan entre pequeños y mayores con mucha frecuencia. En realidad la secuencia suele ser casi siempre la misma o parecida. Ante cualquier deficiencia los pequeños tratan de suplirla con algún elemento cercano y de forma sencilla y accesible a ellos, si bien un poco rara para los usos comunes. Y la solución también suele ser casi siempre la misma. La persona adulta ignora por completo lo que esdtá pasando y, por la vía de los hecho de manera expedfitiva resuelve la situación imponiendo al menor los usos convencionales y pasando por completo por encima de ese intento de autosolución que el menor intertaba poner en práctica. En algunos casos se trata de conflictos manifiestos y las soluciones han de imponerse con dificultad. En otros casos el resultado es el mismo, si bien las contrariedades o conflictos con los pequeños no sobrepasan el nivel de incipientes.


Lo que suele ser raro y es la propuesta que vengo a reclamar en esta ocasión es que necesitamos mirar a los menores. Fijarnos en ellos antes de actuar, salvo en los casos en que haya peligro de por medio. Nos vamos a dar cuenta en muchos momentos, que nos están hablando con sus comportamientos y que ellos mismos están intentando resolver los problemas y las dificultades que la vida les plantea, a su manera, desde sus posibilidades y con los medios que tienen a su alcance. Muchas veces las soluciones que ellos buscan son más enrevesadas o dificultosas que las quer nosotros podíamos imponerles, pero sin embargo, cuando logran encontrar el camino por ellos mismos, la solución es mucho más certera y eficaz que la que podemos ofrecerle nosotros, sencillamente porque es la suya. Nuestras soluciones impuestas tienen validez a corto plazo, pero las suyas les ofrecen seguriodad en ellos mismos y en sus posibilidades, lo que quiere decir que su valor es mayor que el de resolver una simple situación coyuntural y tiene que ver mucho más con la configuración de su personalidad y con su proyección para el futuro.

domingo, 23 de octubre de 2011

APRENDIZAJES

Las personas llegamos a este mundo con una carga genética que nos va a determinar de por vida. Lo que sucede es que la cantidad de esa carga genética no sabemos cuantificarla. Sí sabemos que también llegamos con un montón de posibilidades de aprendizaje y esas las vamos a desarrollar a lo largo de los años. Aquí sí que podemos intervenir y podemos hacer que los conocimientos que vamos a adquirir vayan en una dirección o en otra. Nuestro comportamiento va a estar siempre mezclado por lo genético y por lo aprendido pero, hasta el momento, somos incapaces de deslindar qué parte de nosotros es una u otra, casi en ningún caso. Por eso la Educación es fundamental.


Tenemos necesidad de aprenderlo todo para sobrevivir y lo hacemos. Si no es de una manera es de otra, pero los aprendizajes se van incorporando a nosotros der manera inexorable en función de nuestras necesidades de cada momento. Si hay una persona junto a nosotros que se interesa porque esos aprendizajes estén seleccionados, cuidados, cargados de afecto, puesd el aprendizaje será así. Pero si no nuestro aprendizaje de trodas formas se va a producir, sólo que con otras características: desde el abandono, sin modelos previos, a la desesperada…, sabe dios. Pero la vida no se para. Es como un tren que llega religiosamente a su hora a cada parada. Si allí hay un viajero, tiene la posibilidad de montarse, como si hay veinte. Pero si no hay ninguno, el tren de todas formas se va a parar y va a reanudar la marcha del mismo modo.


Pararse un poco en el significado de las influencias que van llegando a los menores en los distintos momentos del desarrollo tiene valor porque los responsables de su crianda tienen que saber que el tiempo llega inexorablemente y no espera a nadie. No son los menores los encargados de demandar las atenciones precisas a cada momento del desarrollo sino que ha de ser los mayores los encargados de ofrecer las respuestas concretas y adecuadas a cada demanda cuando esta se produce. Si en el momento preciso la respuesta no está presente se queda atrás y a otra cosa, mariposa.


Explicar el proceso de cómo se han de producir los aprendizajes con est precisión y hasta con esta urgencia no quiere, en ningún caso, producir el más mínimo punto de angustia pero sí la idea de que ser responsables de un menor significa estar alerta a las demandas que se manifiestan en los distintos momentos de la vida para tener la respuesta que cubra esas demandas. Somos los seres cercanos los que tenemos que responder porque los menores son eso, menores y lo que saber es coger los aprendizajes en el momento quer los necesitan, tanto si son los que hemos seleccionado para ellos con cuidado como los primeros que le lleguen a sus mentes en el caso de que no tengamos una respuesta pensada para ellos en el momento necesario. Es verdad que el mundo en muy grande y las estaciones que el tren de la vida ofrece son muchas y muy variadas, pero siendo conscientes en todo momento de que no hay nadfie que nos avise de en qué momento tenemos que ofrecer a los menores unas determinadas informaciones o vivencias, sino que somos nosotros los que tenemos que deterctar la necesidad y establecer el momento en el que se ha de producir nuestra oferta, tanto si es el más apropiado como si no.

domingo, 16 de octubre de 2011

HABLAR

En reiteradas ocasiones hemos insistido en el valor de las palabras y en cómo son éstas las únicas capaces de conseguir nuestra precisa comunicación y hacer que cada una de nuestras ideas o sensaciones tome forma y se convierta en vahículo eficaz para trasladar para trasmitir mensajes de una persona aotra, cosa que, con el conocimiento que tenemos, sería imposible sin las palabras. Pero el proceso de comunicación humana no está asociado a las palabras, si bien es verdad que las incluye, las usa y puede que hasta las considere el medio comunmente conocido o más considerado.


Cuando los pequeños se abren al mundo y a los seres que viven con ellos, lo hacen fundamentalmente a través de los sentidfos más intensos. El gusto, el tacto o el olfato. Estos tres sentidos son como los guías o los iniciadores de la comunicación humana. Ellos son los que permiten la identificación de pertenencia o parentesco, la confianza indispensable para asumir la vida y sus elementos esenciales: frío, calor, sueño, ira,…A través de estos sentidos, las personas podríamos desarrollarnos suficientemente y crecer. Pero resulta que la empresa que cada nuevo ser tiene que asumir no es sólo la de su propio crecimiento, que sí que lo es, sino la de formar parte de un mundo en el que tendrá que aprender a vivir con otros seres que ni conoce siquiera.


Nunca prescindirá de estos sentidos básicos que hemos mencionado, De hecho, en sus relaciones más íntimas, de pareja sobre todo, volverán a ser determinantes, pero el mundo en el que tendrá que vivir le ofrece otras posibilidades más superficiales, ero más amplias de relacionarse con otros seres ajenos a su mundo más íntimo, y establecer un conjunto de relaciones suficientes como para valerse y construir sociedades lógicas aunque más distantes en el terreno de lo afectivo.


Se hace necesarios por eso, que los mayores le hablen a los niños pequeños desde el principio, ya que el lenguaje hablado está destinado a ser el vahículo universal de intercambio y trasmisión de ideas entre unas personas y otras. Los niños no nos van a entender nada en absoluto en un principio y su relación se va a desarrollar a partir de los sentidos más primarios, pero el hábito de la conversación, con el paso del tiempo se va a ir concretando en trasmisiones concretas que permitan que los pequeños se puedan relacionar con otras personas a las que no se sientan unidos por el tacto, por el gusto o por el olor, que siempre formarán parte der su universo primero, ese que nunca se olvida y que se constituye en nuestro núcleo inicial.
Seguramente será la simple repetición de las palabras la que terminará por transformar unos sonidos informes en ideas o conceptos que terminaremos entendiendo y utilizando nosotros mismos cuando necesitemos intercambiar información con desconocidos. A los niños hay que hablarles siempre y además, permitir que ellos mismos vayan creando sus propias palabras a través de la repetición de sonidos, esos que nos hacen tanta gracia normalmente, los que llamamos media lengua, que a la postre no son sino aproximaciones al lenguaje hablado que se configurará más sólidamente, en función de la labor que realicemos los adultos en el sentido de permitir que ellos se desenvuelvan con su propio lenguaje, pero siendo nosotros en todo momento referentes fiables y no juguetes que, para seguir las gracias, mentenemos sus pronunciaciones alargando innecesariamente sus aprendizajes y transmitiéndoles mensajes equívocos sobre el significado de las palabras.

domingo, 9 de octubre de 2011

CRECER

Con más frecuencia de la necesaria consideramos que crecer es acumular kilos y centímetros. Muchos pequeños se pasan la vida sin más estímulo que el de recibir las atenciones físicas que los abocan a ser cada vez más grandes, pero nada mas.Probablemente sus seres cercanos puedan hasta sentirse satisfechos de ver cómo su retoño se estira y acumula volúmenes, se pone guapo y les mira sonriendo, como agradecido a la vida o a los servicios que está recibiendo para su desarrollo. No diré que esto sea poco para que nadie me lame desagradecido. Es verdad que muchos miles de niños ya quisieran recibir estos servicios, porque hasdse de estos servicxios carecen y esdo, verdaderamente, lama al cielo.


Pero no nos engañemos. Lo qe importa no son lis kilos o cerntímetros que un pequeño acumula y que probablemente sean indispensables. Lo que verdaderamente importa es el desarrollo afectivo, emocional, mental, que esa persona va acumulando y que tiene que producir en su mente experiencias suficientes como para que su crecimientos de experiencias le permita hacerse una persona que conoce la vida, que sabe en cada momento dónde está, qué es lo que le interesa y lo que no y que encuentra en las otras personas que lo rodean a serfes dignos de ser queridos . Eso Esd crecer y hacer que la vida sea cada día un poco mejor porque va cumpliendo sus ciclos a base de conocimiento y de maduración.


Es verdad, lo hemos dicho muchas veces, no se examina a nadie para ser padre. Ni falta que hace porque no se trata de que las personas vivamos nuestra vida como una sucesión de escalones que tenemos que subir o superar para que nuestra vida sea plena. Nuestra vida puede ser perfectamente plena desde la ignorancia o desde la sabiduría, porque el crecimiento imprescindible para madurar no está en el terreno cuantitativo, sino en el cualitativo. No necesitamos crecer a lo largo, sino a lo hondo.El afecto, la comprensión, el respeto y la convivencia no precisan de ningún título. Y eso es justamente lo que sí necesita el crecimiento interior de los pequeños: alguien a su lado que los cuide, que los atienda y que los acompañe en la aventura de vivir, siempre compleja y emocionante.


De hecho sabemos que de las muchas aberraciones que se pueden hacer con los pequeños, ya sean los mimos excesivos o las desviaciones de comportamiento de miles de formas no se ha podido nunca sacar la conclusión que el nivel cultural de las familias tenga un papel decisivo. No dgo que no signifiquen recursos útiles para tener a mano si se dispone de una cultura considerable, pero en ningún caso los elementos culturales son definitorios ni están libres de vicios que se puedan transmitir a los menores. No digo esto para que nadie entienda que no vale la pena cultivarse en la vida. Al contrario. Lo que quisiera es que nadie entienda que tiene patente de corso por el hecho de disponer de un nivel cultural determinado. Ni tampoco que pueda haber quien se sienta disminuído ni excluido de las posibilidades de ofrecer un mundo afectivo pleno y positivo a sus hijos por el hecho de carecer de un alto grado de cultura.
Creo que la cultura es algo positivo para las personas, que todos tenemos derecho a ella en el grado que consideremos oportuno, que seguramente es conveniente para alcanzar cotas más altas de gozo y de conciencia de las cosas que vivimos, pero que el mundo afectivo, que es en el que nos movemos en nuestra función de padres, sale de otros lugares que levamos más adentro.

domingo, 2 de octubre de 2011

SOMALIA

No he estado en Somalia. Tampoco quiero estar en Somalia ni quisiera que en estos momentos estuviera nadie en Somalia, sobre todo en los campos de refugiados. Mucho menos en los campos que se erigen junto a los campos de refugiados y en los que se instala la gente hasta conseguir una plaza en los campos de refugiados. Cuando acceden a los campos de refugiados, parece que ya consiguen el estatus de dignidad porque tienen las galletas esas que les fabricamos y que les garantizan que no se van a morir de hambre, un techo de lona y un espacio interior donde cobijarse, así como una mínima asistencia médica continuada. Poco menos que el paraiso.


Lo malo es que no hay plazas para todos y fuera de los campamentos se encuentran miles de personas llegadas de sus poblados, algunos a cientos de kilómetros, huyendo de la guerra y del hambre y habiéndose dejados por el camino a los más viejos, a los enfermos o a los niños con los que ya no podían tirar a medida que las fuerzas iban flaqueando. Estas personas se instalan sin control alguno, condenadas a su suerte, mientras esperan una plaza que les garantice la vida en sus umbrales más elementales. Mientras tanto, sólo pueden mirar y andar de un sitio a otro, quitándose el hambre a manotazos y buscando la dignidad junto a cualquier plástico, cualquier pedrusco o cualquier mirada compasiva de nadie sabe quién.


Iba a pasar de este tema y seguir con los aspectos que considero de interés en la crianza der los más pequeños, pero el nombre de Somalia se me ha metido entre las cejas y no me ha permitido continuar sin echar, aunque sólo sea desde aquí y así, por encima, una mirada a esos despojos que se han quedado en el camino, seguramente con sus nombres y con la mirada de sus familiares, mientras se perdían en el horizonte sin saber si iban a llegar a los campamentos o a las pocas horas no iban a ser ellos mismos los que tuvieran que instalarse en el santo suelo para ya no levantarse jamás.


Es seguro que las verdades del mundo son muchas y seguro que verdaderas todas ellas. Yo no voy a negarlo. Pero tendreis que coincidir conmigo que parece como de risa que con esta mirada a Somalia, como seguramente que a otras miserias, de las muchas que asolan la tierra, se nos convierte en un sarcasmo hablar de crisis, de nuestra crisis digo, de los problemas que nos aquejan, a nosotros digo, y de la dificultad de encontrar las soluciones idóneas y en el tiempo preciso, para nosotros digo.
Es inútil y ridículo decir que con lo que se gasta en un día de guerra, todo esto podría estar resuelto, al menos en sus aspectos más sangrantes. Es verdad pero yo creo que todos lo sabemos. Mucho más aquellos que disponen este estado de cosas y que ordenan los cañonazos cada día. Me resulta casi impensable que este estado de cosas esté compartiendo realidad con nuestro mundo, tan preocupado en estos momentos, y con razón, en el sobrepeso de los niños. Seguro que todo es verdad, que todos los problemas son reales y que no se puede ignorar ninguno de ellos. Lo que sí me queda como certeza es que a los de Somalia, como a tantos otros: Haití,… no va a llegar nuestra conciencia, tan pendiente como se encuentra con los nuestros de gente rica que muchas veces hasta se los tiene que inventar para no caer en la desesperación.

jueves, 22 de septiembre de 2011

OSLO

Las decisiones humanas obedecen a muchos argumentos, unos claramente definidos y otros imposibles de concretar. Por multitud de causas he tenido ocasión de vivir una semana en Oslo, disfrutar sus primeros fríos y darme cuenta de que a las 6 de la mañana puede ser de día. Aparte los cometidos concretos que me llevaron tal alto, los ojos se me iban como imanes en busca de los niños y en busca de las escuelas de pequeños por cualquier esquina. Sin duda deformación profesional. Han sido muchos años. Pero es que, además, me ha gustado mi profesión.


He visto muchos niños de bronce y desnudos en el emblema de Oslo por antonomasia: el Parque Vigueland, un amplísimo espacio magníficamente urbanizado y con cientos de estatuas humanas de todas las edades de la vida, sobre todo de los niños. La imagen característica de este parque es la de un niño encolerizado, seguramente por el gesto tan manifiesto con que ser expone. Puede que, incluso, por lo raro que es ese gesto en un pais tan apacible como Noruega. Aquí puede que fuera más normal. Claro que las apacibilidades también son discutibles, y si no que se lo dgan a los afectados por la matanza de la isla de Utoya. Tuve ocasión de llorar con los mensajes que todavía están presentes derntro y fuera de la catedral, que me impresionaron por su sencillez y su hondura.


He visto niños, grupos de niños de tres años más o menos, yendo de paseo por la ciudad. Me ha admirado su escaso número para tres personas mayores mínimo que los acompañaban. Todos llevabas su mochila a la espalda y un chaleco reflectante. Me parecía bien por la dignidad que supone el que un niño disponga de todo lo necesario para garantizar su sewguridad hasta donde sea posible, pero reconozco que soy de otra época y en mi profesión he optado siempre por algo más de espontaneidad de cada persona, aunque sea pequeña, a pesar de que hubiera que asumir un poco más de riesgo. No sé qué atractivo puede depararnos la vida si nunca asumimos riesgos. Por supuesto que entiendo y valoro los elementos de seguridad imprescindibles. No soy ningún irresponsable. Pero los límites y las prioridades los pone cada uno en las cosas que considera fundamentales y yo he preferido que la vida haya sido el santo y seña, aunque muchas veces se pudiera discutir si una determinada acción debía llevarse a cabo o no. No he tenido ningún incidente grave en mi vida profesional. Espero ser bienentendido.


He visto también niños sueltos, sólos, en su espacio y con su familia. Una preciosa niña rubia con su padre y con su madre iba en el asiento delantero de autobús que me trasladaba al aeropuerto. Hablaba tranquilamente con los dos y daba gusto y ternura presenciar una secuencia cotidiana sin las estridencias que muchas veces, sobre todo aquí en el Sur, tienen las relaciones con los más pequeños. Pero también es verdad que en el vuelo de vuelta de Oslo a Málaga se oían los gritos de un par de pequeños por la parte trasera del avión, como indicando que en todas partes cuecen habas y que los niños son niños aquí y en Sebastopol, por más que las culturas les den una cierta pátina según en el pais que vivan.


No dudo que en Noruega dispongan de más medeios para la educación de los más pequeños porque se trata de uno de los paises más ricos de mundo, pero puede que también porque valore más la disgnidad de los menores y eso debería ser una lección para nosotros.

domingo, 11 de septiembre de 2011

MIEDOS

Con desesperante frecuencia se nos oye hablar de la infancia como la época más feliz de nuestra vida. Los argumentos suelen estar referidos a que en ese tiempo no teníamos que preocuparnos por nada. Que todo nos venía dado y que siempre había alguien que se responsabilizaba de nosotros y estaba al tanto de nuestras necesidades. Algo así como que andábamos en el mar rubio, en que cualquier deseo se cumplía automáticamente. Nada mas lejos de la realidad.


Por supuesto que las personas responsables de nuestro cuidados seguramente se desvivirán por atendernos y hacer que nuestras necesidades se cubran de la mejor manera posible. Pero siempre hay que pensar que nosotros tenemos un hilo de comunicación con nuestros cuidadores que tiee unas claves que no siempre coinciden. Es más, casi nunca coinciden. Tenemos que estar en todo momento a expesas de que se jnos entienda la demanda concreta que estamos manifestando. Nadie puede pensar que un pequeño de un años es capaz de decir “necesito que se me rasque la espalda, exactamente en el homóplatro derecho en su parte superior”, y sin embargo, es posible que en un momento concreto puede ser esa la necesidad que precise.


Es cierto que, con el paso del tiempo, los niveles de comunicación con las personas de referencia aumentan y se perfeccionan a gran velocidad, pero siempre hay que contar con las interpretaciones y con las suposiciones, porque los niveles de comunicación son muy imprecisos. De aquí que sean los miedos los signos más significativos que motivan a los pequeños a demandar atenciones: a la soledad, a la oscuridad, al dolor, al hambre…. En realidad miedo a cualquier necesidad que el cuerpo manifieste. En un pricipio, como si dijéramos un brindis al sol. Yo grito demandando algo que no sé explicar y confío que quien esté cerca de mí me oiga y sepa qué es lo que estoy pidiendo en cada momento, lo que es casi tan arriesgado como esperar que te toque la lotería. Es un poco exagerado, pero en parte es así.


En la medida en que, con el paso del tiempo, muchas de esas demandas que el pequeño manifiesta se le van resolviendo y en la medida en que esas soluciones le van dando tranquilidad, los niveles de pánico se van moderando y hasta se convierten en otro tipo de reclamos más suave, más precisos y hasta diferencviados según la urgencia de las propias demandas, que empiezar a dejarse ver con distintos niveles de necesidad. En un principio es el llanto el emisor exiclusivo de todas las demandas. Con el tiempo el propio llanto se diversifica y se convierte en muchos llantos, con demandas distintas según los casos, a la vez que van apareciendo diversas formas de demandas que no son llantos y que van fortaleciendo la comunicación con los adultos y haciendo que los niveles de miedo que sientes los niños por cualquier contrariedad o necesidad que les aparece, se vayan armonizando y entren en un complejo entramado de comunicaciones entre pequeños y adultos. Pero para eso ha de pasar mucho tiempo y tnto mayores como pequeños, han de madurar en su conocimiento mutuo y en la confianza que cada uno deposita en el otro.
Al final toda se convierte en una forma de controlar y dosificar el miedo, que es el elemento más presente en un principio y que termina, si todo va bien, mas o menos controlado cuando los niveles de entendimiento se han establecido entre pequeños y mayores. Pero el miedo es el rey, no lo olvidemos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

PALABRAS


La influencia de las personas mayores cercanas en los pequeños que viven con ellos es determinante. No se puede especificar punto por punto o aspecto por aspecto porque se transmite de manera global y porque no es posible concretar los aspectos concretos en los que se va a manifestar. Unas veces se detecta por simpatía y otras, por ejemplo, por antipatía, o por semejanza o por otras asociaciones difíciles de concretar de antemano.


Lo que tradicionalmente se llama el ejemplo es una de las transmisiones contundentes y sólidas. Los niños muchas veces no asumen lo que se les dice, pero lo que ven que se hace con ellos o cómo se vive a su alrededor, eso sí que tiene gran fuerza y se graba a fuego en sus esquemas de comportamiento. Hasta el punto de que los adultos, para explicar el peso de su ejemplo y para eludir en alguna medida su influencia, han inventado aquello de HACER LO QUE OS DIGA, PERO NO HAGAIS LO QUE YO HAGA.


Sin discutir ni un ápice la importancia de los ejemplos, creo que es importante comunicarse con los menores utilizando las palabras. Con las palabras, que sabemos que tienen un valor relativo, podemos aclarar muchas veces determinados comportamientos que pueden no ser correctamente interpretados. Podemos, sobre todo, explicar nuestros sentimientos y comunicarnos matizadamente, ya que los comportamientos que tienen la enorme fuerza de los hecho, también son comunicaciones globales que pueden precisar los matices y las aclaraciones que ofrecen las palabras para que la comprensión sea más ajustada y precisa.
Al mismo tiempo, la palabra es capaz de crear un campo de entendimiento y de riqueza comunicativa por ejemplo, en la transmisión de la cultura del grupo humano al que se pertenece a través de miles de historias y de cuentos. Todo ese corpus de leyendas y de costumbres pasa a través de la palabra de unas generaciones a otras muchas veces en los ratos muertos, en los momentos previos a dormirse y en general en situaciones de intimidad y de relajación en los que la confianza hace que nuestras alertas descansen y se de paso a la receptividad por parte de unos y a las ganas de transmitir por parte de otros.


En todo el conjunto normativo que ha de pasar de una generación a otra, es verdad que la mejor forma es con el ejemplo, pero al mismo tiempo, si es posible poder explicar el por qué de cada norma, las ventajas e inconvenientes de hacerlo de uno modo concreto y no de otro y estimular las ganas de comunicarse de los pequeños para que sus niveles de comprensión se amplíen y se perfeccionen estaremos contribuyendo a que lo que hemos dado en llamar cultura cumpla su función más noble permitiendo el entendimiento entre personas que pertenecen a mundos distintos porque han nacido cada uno en su tiempo y que, aun así, dispongan de maneras de conocerse y de entenderse.
Las palabras es verdad que son resbaladizas, que pueden tener significados ambiguos según los casos, que pueden ser, incluso, fuentes de conflictos dependiendo siempre de quién y de qué manera sean utilizadas entre las personas, pero no cabe duda que pueder ser al mismo tiempo vehículos insustituíbles de transm,isión cultural y de comprensión entre los seres humanos que seríamos unos verdaderos insensatos si las despreciáramos como elementos esenciales en todo el proceso educativo. Probablemente las palabras no serán suficientes para cubrir la misión educativa entre generaciones, pero sin duda es un valor insustituíble.

domingo, 28 de agosto de 2011

NORMAS


En un momento determinado hablamos de la imperiosa necesidad de que los niños anduvieran con límites en la vida, prque esos límites eran para ellos como los linderos de cualquier camino que, por un lado te condicionan y por otro te ofrecen la seguridad imprescindible para desenvolverte en la vida.


Extendiendo un poco el concepto tenemos que hablar de normas en todos los órdenes del comportamiento que cumplen la función de los límites o de formas de comportamiento aceptadas por la sociedad y que los pequeños van conociendo por lo que van viendo entre ls suyos o por lo que los suyos le dicen. Es verdad que nadie estudia para la paternidad y que los hijos nos llegan por un proceso natural que se cumple para todos y, una vez el menor en el mundo, cada uno lo cría como sabe y como puede según muy diversos contextos: culturales, económicos, físicos, climáticos…. Y el resultado es tan diverso como el que conocemos. Sería, por tanto, demasiado ambicioso ponernos a enjuiciar todas las formas de trato porque no controlamos la enorme diversidad de influencias que intervienen en el desarrollo y el sin fin de planteamientos según los distintos contextos en los que se desenvuelvan.


Nos ceñiremos, por tanto, al nuestro y propondremos algunas pautas elementales que pueden ser guías eficaces y clarificadoras. Los adultos responsables de los menores somos los encargados de transmitirles una serie de comportamientos y valores a través de los cuales los menores puedan intetiorizar que pertenecen a una familia, a un pais y a una cultura. Pero no podemos estar machacando a los pequeños con miles de normas de obligado cumplimiento porque esta forma no se podría llevar a efecto, sencillamente por hartazgo. La mayor parte de las normas que los pequeños precisan no hace falta decirlas porque los niños las viven a través derl ambiente que ls rodea.
En efecto no son todas y hace falta, en determnados momentos remarcar alguna o insistir para que se graben en sus comportamientos. Los menores pueden asumirla sin más y en ese caso no hay problema. Pero, por razones de muy diversa índole, también pueden rebelarse y rechazarla y entonces se establece un conflicto. El adulto puede tomar el camino fácil de pasar sencillamente y no dar demasiada importancia al conflicto y a otra cosa. También puede insistir y medir sus fuerzas con el menor y permitir que este se salga con la suya una vez que las protestas hayan alcanzado un tono demasiado elevado, cosa ciertamente frecuente. Y por fin también puede cargarse de paciencia y dar tiempo para que el menor recapacite y hasta eche fuera todas las furias legítimas, pero mantenerse firme y hacer valer un comportamiento que considera que debe ser así.


Por aclarar diremos que la segunda reacción se impone muchas veces en la práctica con el argumento de “por no oirlo”, “no quiero darle un mal rato”, y escapes por el estilo. La primera solución no es buena, la de que el niño haga lo que quiera. La buena, sin duda es la tercera: que el niño acabe por hacer lo que hay que hacer, aunque cueste trabajo conseguirlo. Pero cualquiera es preferible a permitir que se abra el conflicto y que sea el menor el que se salga con la suya por puro capricho. Lejos de haber resuelto el problema, lo que hemos hecho es aplazarlo para la ocasión siguiente, con el agravante de que ya ha podido comprobar cómo tiene que hacer para llevarse el gato al agua. Cada éxito que obtenga por este procedimiento será también un motivo de soledad y desdicha para él, que sabe que es menor y que necesita el criterio de los mayores aunque a veces le cueste aceptarlo.