Tradicionalmente
la administración pública tiene establecido el mes de marzo para que las
familias soliciten plaza para el curso próximo que empezará en septiembre en
las edades comprendidas entre los tres y los dieciséis años. Entre los tres y
los seis años todos los menores tienen garantizada una plaza pero no es un tramo
obligatorio. De los 0 a los 3 años será en abril cuando puedan solicitar plaza
y aquí sí que hay problema, al menos por el sur de España porque la demanda es
muy superior a la oferta. Las familias se vuelven locas para encontrar un
centro que se encargue del cuidado y educación de sus hijos. Al escasear tanto
la oferta se presta a que muchos centros no reunan las mejores condiciones para
desarrollar el servicio que ofrecen y, vistas las dificultades, la
administración opta por tolerarlos si las familias no protestan demasiado.
Hacia
1985 estábamos saliendo de estructuras educativas arcaicas y diseñando lo que entonces
llamábamos el futuro. En Barcelona nos reunimos profesionales de toda España y,
ante la fuerte presión del recién estrenado gobierno socialista claudicamos y
permitimos que el ciclo de 0 a 3 años quedara fuera del ciclo educativo. Su
desarrollo quedó imbuido de un criterio mucho más social, asistencial y sanitario
lo cual significó que así como para el resto reivindicábamos que los
profesionales que lo debían impartir
fueran maestros, para los más pequeños se aceptara una persona titulada que
coordinara los contenidos aunque el resto de los profesionales pudieran disponer de un ciclo de formación profesional.
En la práctica, algunos lo supimos desde el primer momento, significó
que su educación quedaba supeditada a criterios sociales y sanitarios que
entonces quisimos creer que serían provisionales pero que el paso del tiempo
nos ha demostrado que se han convertido en definitivos. El ciclo educativo en
España empieza por tanto a los tres años.
Visto
que el desarrollo social ha traído consigo que todos los miembros de la familia
trabajen, los pequeños se convierten de hecho en un verdadero incordio que hay
que resolver, bien combinando los turnos laborales de los padres, bien
recurriendo a la colaboración de los abuelos, otros familiares, vecinos o sabe
dios qué, para cubrir los horarios de
manera que los pequeños dispongan del cuidado de una persona adulta en todo
momento, sean los padres o no. Aquí podríamos ir describiendo un rosario de
situaciones diversas en las que los más pequeños se tienen que desenvolver
quedando como conclusión que en el momento de la vida en que más necesitamos de
estabilidad emocional es justo cuando tenemos que vivir situaciones más irregulares que muchas veces se convierten en dramáticas
por la gran dificultad que implica casar las necesidades de los pequeños con
las disponibilidades de los adultos para cubrirlas. A esto se les une, por si
fuera poco, que los profesionales que los atienden son los menos cualificados y
los peor pagados de todo el ciclo educativo cuando la lógica dice que tendrían
que ser justo lo contrario para responder a las demandas que el material humano
necesita. Pero así está hecho este mundo en el que vivimos.
Una
vez explicado someramente el contrasentido en el que la educación de los
primeros años se desenvuelve, las familias se vuelven locas para encajar disponibilidades
y estructurar para los más pequeños una forma de vida que encaje con el resto
de la familia. La verdad es que normalmente significa que los pequeños son los
que terminen perdiendo, lo mismo que en el sistema educativo, y teniendo que
aprender a desenvolverse en lo que el conjunto de la familia les va dejando. El
resultado es muy sencillo. Los menores de la casa y de la sociedad son los que
más arrumacos reciben pero los que menos inversión para satisfacer sus necesidades. Es de esperar
que algún día, en vez de tantas carantoñas nos dediquemos en serio al reto
educativo y establezcamos unos pilares sólidos de estructura y contenido para
los primeros años de la vida.