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domingo, 13 de marzo de 2016

FRÍO


         Se confirma, una vez más, que cada año meteorológico tiene sus propias características y que, al margen de las tendencias de fondo que nos llevan a calentamientos o a otras particularidades, cuando llega octubre no podemos evitar en Granada estar atentos a la primera nevada que, aparte de ponernos ante los ojos el magnífico espectáculo de la blancura inmaculada de Sierra Nevada, nos informa del cambio de estación y de la inminente llegada del invierno. Esta temporada empezó normal pero luego se fue retrasando y ha sido ya en marzo, muy tarde. cuando por fin se puede contemplar en todo su esplendor  el manto blanco del invierno que nos diferencia del resto del mundo. Si la Sierra está blanca, nosotros seguimos siendo nosotros. Algo así.

         Los pequeños deben vivir las particularidades de un espacio o de un tiempo para sentirse orientados y aprender que pertenecen a una cultura como el resto de las personas que los rodean. Lo mismo que aprendemos a cantar unas canciones concretas, a bailar unos bailes concretos, a comer unas comidas concretas o a vestirnos con unas ropas concretas está bien que hagamos que esta nieve que nos identifica y nos diferencia de otros forme parte de nosotros como una pieza más de nuestra forma de vivir. Recuerdo cuando subí por primera vez a mi hija Elvira a pasar el día en la nieve. Ella vive en la playa con su madre y sólo conocía la nieve por la tele. Tenía ocho años y ese año había nevado mucho. El espectáculo, por tanto, era sobrecogedor. Cuando logramos acceder a una altura suficiente y aparcar el coche se volvió loca con tanta blancura a su alcance y se tiró a ella como si estuviera en la playa. En pocos minutos me llegó quejándose de que estaba fría. Desde entonces, cuando queremos tomarle el pelo le decimos que le vamos a comprar nieve de veinte grados. Nos sirve de chanza aunque a ella no siempre le sienta muy bien. A veces se siente un poco ridícula.

         Los niños deben conocer las particularidades del lugar donde viven y de su cultura: ir  la playa y jugar con el agua, subir a la Sierra y tocar la nieve, vestirse con ropa apropiada en cada caso y saber desenvolverse con cada uno de los elementos que determinan su vida según la estación del año que atravesamos. En este tiempo parece que se ha impuesto con mucha diferencia la cultura de la seguridad por encima de ninguna otra característica y tal vez convenga revisar algunas prácticas que pueden llevarnos a ignorar nuestra cultura aunque nos sintamos muy protegidos. Recuerdo siempre mis conversaciones con el pediatra Parrilla en las que me tenía que reconocer que en los quirófanos había momentos de tanta limpieza que había que abrir las ventanas para que el aire se hiciera un poco normal porque las heridas, por ejemplo, no suturaban. La limpieza es buena, sin duda, pero no es bueno meter a los niños ni a nadie en una burbuja porque lo que conseguimos es seres cada vez más frágiles y más propensos a ser infectados. Los niños tienen que aprender a vivir en el frío o en el calor, convenientemente vestidos por supuesto.


         En un momento determinado puede ser necesario proteger a un pequeño por alguna infección y ofrecerle los medicamentos apropiados para que salga de ella pero en condiciones normales debemos poner a los pequeños al sol, al frío, al viento, a la lluvia con las ropas adecuadas para que se acostumbren a convivir con esas particularidades climatológicas y se hagan fuertes y sanos. El abandono es un problema que hay que combatir en más de medio mundo pero en el otro medio hay que cuidar que la sobreprotección no convierta a los pequeños en seres frágiles, incapaces de sobrevivir sin la protección permanente de medicamentos o de cuidados especiales. Al abandono ya sabemos cómo se le combate. A base de guerra a las guerras y a base de amor. A la sobreprotección también hay que combatirla a base de vida, de conocimiento de lo que nos rodea y de permitir que funcione nuestra capacidad de adaptación al medio permitiendo que salgan a la luz los mecanismos que nuestro cuerpo tiene dispuestos para sobrevivir.   


6 comentarios:

  1. Al nieve para quienes somos del sur, del mar, del calor, es una experiencia tan mágica que nunca olvidamos nuestra primera vez.
    Un saludo

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  2. No recuerdo mi primer impacto ante la majestuosa capa blanca, fría:
    en mi tierrica la he conocido siempre.
    En cambio sí recuerdo plenamente el día, hora y lugar en que tuve delante el mar.
    No tengo palabras!!!
    Besos

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    1. Eso es lo que pasa, Pilar, que uno es hijo de sus vivencias mas cercanas. Yo también recuerdo a mis doce años la primera vez que me puse frente al mar y comprobé que me movía a medida que se movía la arena bajo mis pies. Un beso

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  3. Una experiencia interesante para los pequeños...


    Saludos

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  4. Manuel Ángel Puentes13 de marzo de 2016, 18:35

    Antonio, ya sabes que mi infancia es la nieve, nieve que nos aislaba del resto de España desde octubre hasta mayo. Nieve blanca, nieve marrón, barro de nieve, nieve que cubría placas heladas donde partirse algún hueso ("la crisma", decíamos), nieve que alguna vez pude usar con el trineo que le había hecho el carpintero a su hijo, hasta que me estrellé contra un árbol y se lo rompí, nieve que empezaba a ser un gran negocio para las estaciones de esquí que estaban surgiendo.

    Entre mi casa y la escuela estaba el río y la carretera. Cuando la nieve obstaculizaba el paso, mi abuela me apostaba en el ventanal de casa para que le avisara de cuándo pasaba el camión quitanieves y en ese momento nos íbamos para la escuela. Como mi abuela era la maestra que tenía la llave, el horario de la escuela dependía del horario de la quitanieves.

    Y a pesar de todo, ese despertar, cuando mis abuelos me llevaban a su habitación (siempre cerrada para mí) y veía a través de su ventana la primera nevada, hace que todavía ahora al escribirlo me salga un suspiro.

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    1. No me extraña lo que dices al haberla tenido tan cerca y durante tanto tiempo cada año. Lo comparo con la impresión de mi hija Elvira al tocarla por primer ver a los ocho años y no hay color. Me acuerdo también, salvando las distancias de cuando mis compañeros de los Maristas, que me decían que los panes se cogían de los árboles y yo, siendo de Alfacar que como sabes vive del pan, no sabía si eran ellos los que estaban locos o yo. Un abrazo

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