A
estas alturas del verano las costumbres que los pequeños tenían adquiridas del
curso que terminó en junio se han deshecho como un azucarillo en un vaso de
agua. Para mal y para bien, este desorden que significa el verano se ha
adueñado de todos y empieza a echar raíces de modo que hemos logrado una suerte
de ritmo de vida en el que logramos identificarnos. No sé si debemos entrar en
el significado de este nuevo universo que se nos ha colado. Quizá ni siquiera
valga la pena. Sólo dejar dicho que al final las costumbres, malas o buenas,
parece lo de menos. Lo que importa es que terminan por doblegarnos y logramos
sobrevivir en cualquier estructura de comportamiento. Nos sobreponemos a los
espacios y a los tiempos más hostiles.
Pero
no hay mal ni bien que cien años dure ni cuerpo que lo resista y cuando
empezábamos a identificarnos con este caos veraniego que a veces nos dispersa y
otras nos quiere hacer ver que también el orden es posible fuera de las estructuras, de nuevo se nos avisa
que de la próxima semana comienza de nuevo aquel ritmo perdido y tal vez
olvidado por muchos y hasta nunca conocido por los más pequeños. Puede que para
los adultos no suponga más que una vuelta a la normalidad conocida ya de muchos
años pero los menores viven como en otro
planeta porque para ellos no hay historia que los haya fijado a ninguna
costumbre sino que es en este momento en el que precisamente se están
imprimiendo en sus mentes esos surcos que vemos cuando se nos muestra un
cerebro en vivo y que almacenan millones de experiencias acumuladas y ordenadas
en estructuras de comportamiento que se traducen en culturas que nos definen y
nos diferencian según la época en que vivamos y el lugar del planeta que
habitemos.
Los grandes
poderes publicitarios martillean sobre
el problema que va a suponer ahora, una vez que Agosto termina, coger de nuevo
las rutinas de la vida, dando la imagen que dichas rutinas son una especie de
desgracia que nos vemos obligados a asumir, una vez que se nos fuerza a
abandonar el supuesto paraíso que significan las vacaciones. Un conjunto de
tópicos cuya finalidad supongo que va encaminada a promover las ventas de otoño
a base de argumentos ficticios o agrandados
para que las novedades propias del cambio de vida se conviertan en motivos
suficientes que muevan a la compra del conjunto de elementos diferenciales que
van a ser referentes en la nueva época que entra. Sin negar la base de verdad
en la que se fundamentan estos nuevos mensajes con destinos prefijados de
antemano sí considero correcto que nos demos cuenta de los intereses que
circulan por debajo del juego de presiones con el que se nos intenta presionar
para que no nos convirtamos en muñequitos de feria que se mueven en una
dirección u otra en función de los intereses que presionen en cada momento.
Los
cambios que ahora deban producirse, y que se producirán de hecho, no tienen por
qué significar ningún cataclismo para nadie. Sencillamente la vida nos ofrece
una serie de propuestas vitales que según en qué momento nos van a hacer
manifestar determinadas capacidades u otras pero la principal va a ser la de
adaptación que somos capaces de ejercer y que en su ejercicio nos enriquece y
nos hace más maduros, más personas. Seguramente es nuestra capacidad de
adaptación la que más nos interesa destacar porque significa la más meritoria y
la que más nos define como personas. De modo que fuera miedos ni dudas
demasiado acusadas y a darnos cuenta de que podemos con casi todo lo que nos
llega aunque muchas de las novedades no las entendamos del todo y a tirarnos a
la vida día a día y a ejercer el hermoso oficio de la adaptación a situaciones
cambiantes que nos hacen crecer en la medida que nos esforzamos por resolverlas
y sobrevivir dentro de ellas. Con ese empeño los pequeños verán ejemplos de
comportamiento en sus seres queridos que les marcan los caminos idóneos para su
evolución como seres sociales que han de incluirse dentro del conjunto al que
damos en llamar sociedad.