En
principio no tiene nada que ver con el calor, o con la
calor como se dice aquí, pero es cierto que coincide. Se anuncia ya el
verano y eso significa que un año más el curso ha terminado y entramos en un
nuevo ciclo de largas vacaciones al término de las cuales comenzaremos un nuevo
curso. Habremos crecido todos, unos dominando los estudios y asumiendo nuevos
retos y otros acercándonos un poco más al momento del adiós, ese que nunca se sabe
pero que tenemos la certeza de que un día se producirá. Cualquier momento es
bueno para sacar lecciones de lo vivido. Este puede ser algo más idóneo por lo
que significa de final de un ciclo.
En los
primeros años afortunadamente no se nota demasiado, pero en los siguientes el
final del curso se convierte en un juego infernal de exámenes, números arriba,
números abajo, que si no alcanzas el cinco que si las notas no son todo lo
buenas que se esperan de ti, que te suspendo para que te esfuerces un poco más
y que me lo demuestres luego en septiembre…, total una locura de acciones y de
juicios en los que los pequeños se ven metidos y cada uno procura resolver de
la mejor manera que sabe. En estos primeros años las notas no son todavía los
elementos determinantes pero es verdad que hay un juicio de una u otra manera
en el que los niños se ven inmersos y van asumiendo un papel dentro del grupo
en función de unos resultados de los distintos retos que se les han plateado.
Alrededor del año deben producirse unos avances, unas destrezas asumidas: los
primeros pasos, las primeras palabras, el abandono progresivo de la leche
materna y el encuentro casi generalizado con la alimentación que conocemos
aunque todavía sea en forma de puré, los primeros dientes y la fijación de
afectos con las personas referentes dentro de la familia o en la escuela.
Afortunadamente
no hay notas para estos logros, la mayoría de los cuales están ligados al
desarrollo físico si bien nunca podemos deslindar de manera clara lo que es
desarrollo físico o lo que son aprendizajes que existen sin duda pero que no
podemos separar en esos primeros retos. En conjunto lo que sí pueden verse en
estas edades son las armonías con estas adquisiciones. Lo impresionante que
tiene la normalidad es precisamente que si todo va normal en los pequeños
parece que no pasa nada y muchas veces los adultos quisiéramos que destacaran
en algo cuando es precisamente la normalidad la mejor señal de que todo va bien
y de que no hay en sus capacidades ninguna que destaque ni para mal ni para
bien. Eso se llamaría armonía y sería la mejor señal posible sobre el
desarrollo. Sería la mejor manera de aprobar el curso que no consiste tanto en
haber llegado a ningún lugar concreto como resultado sino el estar andando el
camino sin estridencias, haciendo que
cada una de las capacidades básicas evolucionen con normalidad como partes de
un conjunto que se llama persona.
Desde
ese punto de vista la idea de fin de curso no debería de significar más que un
hito en el calendario pero no en las adquisiciones de los pequeños que son como
unos arroyos de agua que fluye, que se desplaza y que en cada momento se
encuentra en un punto del río de la vida pero que no es ni más importante ni
menos que el punto anterior sino que cada momento va a requerir unas
capacidades determinadas por el nivel de maduración alcanzado y de aprendizajes
asumidos a través del contacto con la realidad que nos rodea y con los
compañeros o adultos que nos enseñan a vivir y de los cuales también aprendemos
en cada momento. Intentar concretar más no deja de ser una quimera. Cada
persona tiene unas capacidades que nadie conoce con antelación y que se van
poniendo de manifiesto en función del paso del tiempo y del ejercicio de roce
de cada día. No hay modo de discernir si lo que aprendemos es por la capacidad
que traemos de nacimiento o por el buen aprovechamiento de la relación con los
demás.